4 de noviembre de 2015

El mate

En casa, en casa de Córdoba, se escucha el sonido de los autos y colectivos pasando por la 27 de abril y sobresale la voz de la guía turística indicando desde el tourbus de mac'donals que esa es la Torre Angela.
Adentro de esa enorme fila de zapatos estoy yo, sentada en el futón, ese que compre de color verde esmeralda por capricho.
Tengo todo preparado sobre mi mantelito boliviano de colores. Suena la pava, es que según yo, los verdaderos mates no vienen de los calentadoreseléctricos, voy a la cocina, las alacenas y los mosaicos dejaron de ser verde pistacho y ahora son azules. Mi mate se deja llenar. Se escucha mi hermano gritando desde la habitación "Nerita, dame un mate" mi hermano no toma mucho mate, por eso se los doy lavados. Cuando vuelvo, una señora con otro mate en la mano me mira desde el pasillo de las habitaciones, me mira fijo. Abro los ojos.
Se escucha gente abajo tocando la guitarra, hablan como españoles, quiero el mate que me ofrecía la señora. Lo agarro, es de madera y esta tallado y pintado en violeta, verde agua, magenta y azul eléctrico, seguro lo eligió mi mamá en alguna feria artesanal, sabe mis colores, y cuanto me gustan las artesanías de Argentina. Abro los ojos, ¿Estaba durmiendo abrazada a una almohada? Los españoles son Blas y Kike, en mi casa, en mi casa de Puebla. Por primera vez mi tía Graciela me escribe después de 4 meses en México y le mando una foto, del café colombiano que me preparo Andrea y los tamales de frijoles que me regalaron en Tepapayeca.
Creo que extraño los mates a la mañana.

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